Rumia o reflexión

    ¿Cuántas veces debatimos con amigxs sobre el presente? ¿Cuántos reels y memes hemos visto acerca de los problemas que atraviesan los millennials o centennials? ¿Cuántas veces escuchamos fragmentos de conversaciones -en la calle, en el bar, en el café- de jóvenes preguntándose acerca del hoy? Las relaciones, los vínculos, el alquiler, la salud, la alimentación, las miles de recetas para estar bien -o sobrevivir-, la plata. La bendita plata. 

    Si hay algo que es evidente, es que las generaciones que hoy en día constituyen la P.E.A. reflexionan. Piensan, se preocupan, van a terapia, exploran variadas soluciones posibles: hacen desde el análisis de sangre -vitamina D, cortisol, B12- hasta los registros akáshicos para encontrar  alguna respuesta. En este punto, hallamos un parteaguas en relación a generaciones anteriores. Nuestrxs xadres, abuelxs, vivían sin esa urgencia existencial de encontrar un porqué para absolutamente todo. 

    Estamos agotadxs, cansadxs, abrumadxs. El burn out, el estres, la ansiedad, la depresión, el cortisol, el ghosting, el love bombing, el breadcrumbing y, like boomers, la marencoche. La generación que hoy está en la cúspide de la vida no-da-más. Se pregunta por todo, necesita nombrarlo todo y, por sobre todas las cosas, anhela un pedacito de tierra firme. 

    La caída de las verdades absolutas, de las utopías, del trabajo estable y la proyección a futuro, la sobreinformación e hiperestimulación virtual, la precariedad del presente y los infinitos focos de conflicto social, político, bélico y ambiental, nos atraviesan. Nos movilizan. Nos inquietan. Nos hieren. 

    Los avatares que atraviesa cada generación son diferentes, por supuesto. Progresivamente, en este espacio, le dedicaremos tiempo y palabra a cada uno de ellos. Sin embargo, me interesa partir -acá me decido a incorporar el yo- de la pregunta acerca de la pregunta: ¿por qué los milennials pensamos todo? ¿sobrepensamos? ¿buscamos respuestas?. Y, lo que tal vez sea más interesante aún: ¿para qué? 

    En este contexto, Ñochi se plantea como un espacio de pausa y de encuentro. Un lugar donde pensar el presente y asentar la reflexión en la palabra. Un momento de quietud, de calma, un pedacito de tierra firme antes de volver a saltar al vacío. 

Lena Fugassa Casali